Este viaje al fin de la noche se prolonga indefinidamente, siempre más allá de lo inmediato de su contorno o de su superficie. Hablamos, como en los increibles dibujos de Seurat, no de línea, sino de vibración. Miguel Borrego ha escarbado infatigable en las letras y las telas, en los trazos y sueños que mayor poder y fatalidad pueden ejercer sobre alguien que gusta de pasear por la alameda del fin del mundo.