Niñas Buenas

La madre de las hermanas Luna decide a someterse a una cura de sueño para tratar su depresión y exige que una de sus tres hijas regrese del exilio a cuidarla mientras duerme. Pero ninguna quiere regresar, porque dicen estar muy ocupadas: Teresa está en medio de una filmación en México. Lucía no puede abandonar su estudio de meditación en Lima. Además, esta vez le toca ir a Beatriz: que vaya Bea, reclaman, que lo único que hace es leer. Para sorpresa de todas Beatriz acepta sin discutir, porque prefiere estar junto a su madre dormida que en Orlando con su marido Michael, quien en los últimos años ha ido perdiendo la cabeza en medio de un torbellino de teorías de lo más disparatadas. Beatriz viaja a Caracas y llega a la clínica luego de un viaje accidentando y en medio de una apagón nacional. Cuando entra a la habitación su madre ya está sumida en la cura de sueño que durará una semana. Esa primera noche Beatriz sale a fumar en el jardín de la clínica. Cuando está fumando en el banco se le acerca un conocido que resulta ser Ramón Antonio Romero, un viejo y secreto amor platónico. Beatriz y Ramón hablan y recuerdan el pasado. Ramón le pregunta por qué en 2002 se fue a Miami sin despedirse de él, y cómo fue que había terminado viviendo en Orlando con un gringo que acababa de conocer. A partir de este punto Beatriz le va a ir contando a Ramón, en encuentros noche a noche, la historia de su familia, de Lucía, de Teresa, de sus padres. Es un relato que irá profundizando de manera fragmentada en soliloquios nocturnos, o mientras le habla a su madre dormida. En medio de sus recuerdos se va colando la fantasía romántica que había mantenido viva en su imaginación a lo largo de todos esos años con Ramón Antonio. Pero también siente el deseo de ser libre de Michael, y de emprender una nueva aventura de vida en México junto a sus hermanas.